― Esta noche hay reunión, Macario.
― ¿Eh? ― A Macario la palabra reunión le daba
escoliosis, conjuntivitis y hasta pediculosis. En su casi finalizada vida
laboral había ido a tantas reuniones, balances, seminarios y contactos de
departamento como semanas tiene cada año, incluidas algunas de las que estaban
marcadas como vacaciones.
― Reunión en el club, a las ocho, como siempre.
Segundo martes, recuerda.
― ¿Y qué tanto hay que hablar, Prudencio? ¿Qué
tanto?
― Compaaadre, ¿tú crees que el club es nada más que
ir de pesca dos veces al mes y ya? ¿Y las cosas que hay que hacer? ¿Y las
orientaciones de la provincia? ¿Y las de la nacional?
― Y las del grupo BRICS, ¿Y las del comité olímpico
municipal? Bla-bla-bla-bla...― Bla-bla con música de circo.
― Tú verás.
― Dime.
― Que tú verás.
― Tú sabes algo, claro.
― Lo sé to-do. Pero no te adelanto nada. A las ocho
en Cuatro Caminos.
Macario colgó el teléfono, seguro de que esa noche
no iría a ninguna reunión. Hacia media tarde el aburrimiento comenzó a
corcomerlo, la televisión no anunciaba nada que valiera la pena; la pelota
estaba en una fase que no daba juegos de los que le gustaba ver, donde se baten
por una Serie del Caribe. A las seis empezó a huronear en el rincón de los
avíos, viendo si había bastantes anzuelos de cada tipo, si ninguno había criado
óxido, si los carretes de spinning estaban bien engrasados y se guardaron con
el freno suelto, si el nailon no estaba podrido, si la vara de cañabrava
aguantaba todavía un par de temporadas.
― Debería ir a pescar mañana o pasado ―. Lo dijo
como un rezo, asustado de que Adela lo escuchara. Adela tenía el catálogo más
completo del archipiélago de razones por las cuales un marido no debía ir de
pesca. Si las pusiera en un blog de internet, tendría más visitas que un video
pornográfico en Facebook.
― ¡A qué santo le rezas, mi amor! ¿No ibas a vaciar
los tanques para limpiarlos?
― Eso es el viernes, hoy no es día de agua ―. La
palabra agua le provocó a Macario una visión. La costa era abierta, de caletas
que se sucedían una tras otra; el oleaje batía los arrecifes dentados de la
orilla, más allá se veía un faro. “Carapachibey”, pensó, “¿Cuándo podremos
ir?”.
Entonces le empezó a martillar el diablito que le
mandó por teléfono el oso Prudencio. A lo mejor de lo que se va a hablar en la
dichosa reunión es de una pesquería. ¿De qué otra cosa se iba a hablar en el
club? O de una competencia, claro. Y a lo mejor se lo reparten todo entre
ellos: van los que allí están. ¿Y si la cosa fuera que van a dar una cuota de
nailon y anzuelos? ¿O a repartir, por méritos, unas varas y unos carretes Penn
que mandaron por donación?
― ¡Ah, no!
A las siete se montó en la bicicleta, después de
comerse un pan con tomate y decirle a Adela que si quería se fuera con otro,
mientras lo bajaba con un vaso de agua en la cocina.
Cuando llegó al club ya estaban empezando el acta.
Justo las ocho, pensó: “Mucho apuro de Mocho e’Lápiz pa’ tomar acuerdos”.
― Si la cosa es por resultados, les recuerdo que
este año tengo tres municipales, una provincial y un nacional en el jabuco,
¡cinco competencias!
― ¡Ah, Macario! Pa’l internacional de la cobia eso
no te alcanza brode...
― Guacho, no le eches candela, que se me riega la
reunión―, dijo Mocho e’Lápiz, que tenía sobre el pupitre cinco lápices nuevos
con punta, pero embromaba a los socios escribiendo nada más que con lápices
empezados y casi acabados.
Había nueve asociados sentados en las sillas,
bancos, butaca, cajón viejo que estaban en el salón. Guacho haló una silla de
hierro hasta emparejarla con la de madera en la que estaba el secretario y
comentó:
― ¡Una asistencia como esta, para un club de
trescientos y pico de pescadores!
― La mayor parte de la gente está avisada ―, le
escuchó decir desde su izquierda a Mocho e’Lápiz, que había terminado el
encabezamiento del acta y tenía el afilado instrumento como esperando. Entonces
Guacho, que presidía, volvió a hablar:
― El compañero Leonides, que a pesar del poco tiempo
que lleva entre nosotros ya ha mostrado un gran interés en las cosas de la
pesca, tiene una propuesta que hacernos.
Leonides era un flaquito bastante joven, despeinado,
preguntón y medio torpe cuando andaba por las piedras de la orilla, aunque muy
caminador. Decía que en la secundaria había corrido mil doscientos y que la
pesca que le gustaba era la de la aguja. Se levantó Leonides, como si estuviera
en un simposio, con cuatro cuartillas de ocho y media por trece llenándole las
manos y dijo, “Compañeros”.
― Compañeros ―, repitió, porque Macario y Prudencio
estaban todavía pugnando cuál de los dos había logrado más veces el peje mayor
en la última temporada, lo que daría decisión a quién sería el que entraría en
el equipo de tres para el “Cobia International Contest”, “porque el uno y el
dos ya estaban en mesa”, reseñó el primero con ironía―. Lo que traigo son
algunas ideas a ver si hacemos más realista el deporte de la pesca aquí. Yo veo
una mescolanza de asuntos que no me aclara nada...
― Compañero Leonides ― Guacho dixit― tal vez sería
más rápido si leyera.
― Si nos fijáramos en el mapa, el territorio de este
municipio no se halla en la costa, ni posee base de pesca o embalse alguno, y
los escasos cursos de agua que la surcan son arroyos de dudosa salud ambiental.
Sin embargo, el club cuenta hoy mismo con una alta afiliación ―. Según
leía, Leonides se iba inspirando, de cerrar los ojos, se vería en unos minutos
en un salón climatizado del mismo Centro de Convenciones Playa Linda, con el
plenario lleno. Siguió, ya no podía parar―: Nos dirigimos a ustedes desde una
comunidad donde la pesca es un valor social cuya historia, dicho sea con toda
modestia, incluye en primer lugar el cumplimiento de nuestras obligaciones como
miembros de base de esta organización deportiva, realizando cada evento marcado
en el calendario, cumpliendo con la participación en los programados por la
filial provincial y asistiendo a todos los posibles en el calendario nacional,
dando prioridad al desarrollo de las modalidades más deportivas con nuestras
representaciones en los eventos Abiertos del spinning, la trucha y la pesca a
mosca, convocados en los últimos años.
Mario, Terencio y Ronco Prieto, en el banco del
leftfield, tenían los ojos más abiertos que un tiburón zorro, pero estaban más
callados que si lo fueran y ya estuvieran colgados de una horca de competencia.
Mocho e’Lápiz levantó la punta, barrió con el
cristal de los espejuelos los seis metros a lo ancho del salón y sugirió:
― Y... ¿no sería mejor si lo comentaras?
― Sí, directo al punto ― dijo Yoyito.
― Entiendo―. Regresando Leonides de Playa Linda al
club de Cuatro Caminos― Miren, la cosa se trata de ver algunos cambios que nos
hagan parecer más una agrupación de deportistas y, de paso, a ver si...
― No entiendo, nosotros somos pescadores
deportivos...
― Lo somos, Macario, pero mira lo siguiente. Tenemos
un carné, que piden para subirte a un barco y si te paran con un jabuco de
pescado en la carretera...
― ¡Ah! Pero eso tú no lo sabes porque llegaste aquí
el otro día, Leoncio. El caso es que si no fuera así, cualquiera iba y se
montaba en un barco y vaya usted lo que iba a pasar si eso fuera así. Y lo
mismo te digo sobre el pescado, que la gente se echa dos arrobas en una mochila
para vender tilapias, y dicen que la cogieron pescando recreativo y es mentira,
porque no son de ningún club, no son aficionados. ¡Lo que están es pescando
para negocio!
― Pero es que, aunque yo soy nuevo aquí, también me
doy cuenta de que sin ser aficionado como tú dices, puedo sacar el carné, pagar
los veinte pesos que me cuesta el trámite, y montarme en un barco y traficar
pescado que cogí a red a palangre o con anzuelo de plata. La única diferencia
es que tengo un carné y que le dejé veinte pesos en la mano a la asociación.
En eso salta Yoyito, que andaba inquieto por el
curso de la conversación. Algo le olía muy raro en la pretensión del
compañerito.
― Tenga en cuenta, compañero... Leonides, ¿no? Tenga
en cuenta Leonides que de esos veinte pesos vive esta asociación, que así es
como puede llevar a cabo su actividad.
― Muy cierto, señor Yoyo, pero es que si yo fuera un
dueño de embarcación, o hijo, o amigo del dueño de embarcación, y por
cualquiera de esas razones puedo montarme en un bote a pescar, no es lógico que
me obligues a ser miembro de la asociación si no me interesa serlo. Lo que
corresponde es que exista una entidad administrativa que regule la actividad,
que ponga los requisitos, que apruebe o deniegue, que cobre lo que corresponde
por pescar, etcétera. Una asociación es otra cosa...
Entonces Yoyito saltó:
― Escucha eso Guacho. ¡Escucha nada más eso! Cuando se
logre salir en embarcaciones sin necesidad del carné de la asociación se jodió
el municipio, la provincia y la nacional. ¡Es una barrabasada, la barbaridad
más bárbara de la vida! Leonides se quedó un minuto en
blanco, pensando quien lo había mandado a hacer las veces de abogado de los
pobres, cuando la gente no quiere cambio de nada. Entonces se le ocurrió una
idea:
― A ver mis amigos. Este club tiene como trescientos
miembros...
― Trescientos cincuenta y seis hasta ayer ― informa el metódico
Mocho.
― Eso hace un ingreso de siete mil y pico de pesos
al año, peso más o menos.
― De los que hay que darle a la provincia y a la
nación, más o menos la tercera parte.
― Bien. Que queden cinco mil, que es aporte de los
trescientos y pico... de los trescientos cincuenta y seis. ¿Cuántos asisten a
las actividades del club en el año?
Guacho levantó los espejuelos, Macario tenía cara de
qué divertido es esto, Yoyito se decía “a dónde va este”, pero Mocho no se
podía contener su ego de estadístico:
― Unos treinta.
― La décima parte, asumamos ―triunfal el felino―.
Los demás pagan para tener una justificación.
― Nooo ―Guacho presidente―. Lo que pasa que hay
gente que quiere y no puede. Que no tiene tiempo, o que es informal, que uno lo
cita y no vienen.
― Pero el caso es que el club subsiste de un ingreso
que en el fondo es ilegítimo. Yo propongo que el carné no sirva para eso, que
se busquen vías para subsistir que no provengan de una imposición sin una base
lógica.
― Esas son las reglas, Leonides. A nosotros nos toca
cumplirlas ―. Mocho e’Lápiz.
― Las normas las hacemos los hombres. Y si nosotros,
o ustedes, saben de pesca, llevan en esto veinte, treinta años, hace falta
darse cuenta de que ese no es el mejor modo de decirle a la gente: “ven a
pescar con nosotros”.
― Perdón, es que tú no sabes... ―Guacho, seguro ya de
que ha metido la pata pidiéndole a Leonides haga una propuesta para presentarla
al pleno―. Es que las cosas no la decidimos nosotros, la decide el Pleno.
― Yo pensaba que lo que hacíamos aquí era debatir
una propuesta para llevarla al pleno. Para que el Pleno, de allá de la capital,
decida lo que conviene a todos.
― Es que, mire, Leonides ―Prudencio habla―, lo mejor
es no ponerse a discutir cosas que están ya en los reglamentos, en las
resoluciones, incluso en las leyes, que han sido aprobadas a mucho nivel, no
nos corresponde.
― Hablando de leyes, hay un artículo que habla muy calmadamente de “excedentes de la
pesca deportiva”, ¿no es así? Y propone determinado mecanismo para la venta de
pescado, de esos excedentes.
En la sección del banco y del sofá hubo una leve
alteración del orden público. Leonides supuso que el tema “venta de pescado” no
era popular entre aquel público de deportistas.
― Miren, yo no digo, ni creo que nadie piense, que
la gente se inscribe en un club para coger y vender el pescado que pesca. Por
el contrario. Creo que ese es un asunto que no debería mezclarse, porque
mientras alguno esté pensando en pescar y vender pescado, lo que en verdad hace
falta es ver como se solucionan algunos problemitas de ir a pasar el tiempo a
una costa o a una represa...
― ¡Esa, esa debería ser la propuesta! ― exclamó uno
de los tres callados del banco.
― ¿Cuál, por ejemplo?
― Que nos dejen pescar en balsa en la presa―
― Que cuando estemos en la orilla no vengan a
sacarnos―
― Bieeen. Muy bien ―Leonides de nuevo en el centro
de convenciones―. Podemos hablar de lo que nos incomoda. Pero para pedir hay
que merecer.
Macario, sabiendo que por esta sesión no va a sacar
nada que le cuadre, quiere al menos anotar una, por si acaso.
― Leonides, en qué quedamos. Si es para lo que tú
dices, nada más tenemos que levantar la mano. Pero si es lo que queremos
nosotros, entonces tenemos que ganárnoslo.
― Yo tampoco entiendo ― así habló el Guacho.
― Muy fácil. A ver Rodoberto, ¿tú tienes en el
archivo las resoluciones que se aplican para la pesca de orilla en la costa de
mar y para la pesca en embalses?
Mocho e’Lápiz, alias Rodoberto Mengoitía Benoto,
respondió muy erecto en la silla de madera:
― No vamos a revolver papeles ahora Leonides. De
memoria te digo: la pesca de orilla es libre y en la presa no se puede pescar
en balsa.
― En ese caso, no pesques en balsa y averigua por
qué te botan de la orilla...
― ¡Ah, ¿te comiste un loco?! ¡Averiguar ni
averiguar! Mira: pesco en balsa hasta que me cojan los inspectores, me botan de
la costa y me voy y vuelvo otro día, y el pescado que coja va pa’l refrigerador
y si es bastante, se vende. ¡Se vende!
El del exabrupto es Macario. Leonides no tenía ganas
todavía de callarse:
― Me doy cuenta que hace algunos años quisieron
disolver esta asociación y por nada lo logran. Suerte que algunos tenían dos
dedos de frente y aguantaron la cosa, porque algunos deportistas, viejos en
esto ya estaban contentos con pasar al negocio. Entonces lo que hicieron fue
convencer a algunos dueños de barcos que pescaran y vendieran pescado. ¡Adiós
deporte! ¿Ustedes creen que me asombra lo que dice, Macario?
Yoyito levantó la mano, y esperó muy paciente a que le
dieran la palabra. Cuando el plenario se calmó, dijo:
― Yo, la verdad, no sé qué hacemos aquí. Porque lo
único que falta es que nos digan que hay que soltar el pescado. Capturar y
soltar. Cachanrilís, ¿no? ¡Aquí lo que hace falta es pescar, no tanto intelectualismo!
Guacho Presidente se despegó de la silla metálica,
estirando las piernas, mientras Mocho e’Lápiz escribía apresuradamente el final
del acta, mirando la hora para dejarla anotada, que todo estuviera en regla:
― Bien compañeros, si algún compañero está de
acuerdo con las propuestas del compañero Leoncio, que levante la mano...
― ¿Cuál propuesta?
― Los que está en contra... Los que se abstienen.
Rechazado por unanimidad.
La noche de febrero ya pasaba friolenta y Guacho
rezongó al montarse en la bicicleta:
― Ahora quién aguanta a Adela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario